Anna 3 Anna and the Principal
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Cenicienta Y El Principe free porn video
La Cenicienta
Tras bailar toda la noche con la bella dama misteriosa, una mujer
simp?tica y gr?cil, de grandes ojos azules, el pr?ncipe qued?
perdidamente enamorado. Era su fiesta de cumplea?os, una fiesta que
marcaba el inicio de su madurez. Habiendo pasado los ?ltimos 5 a?os en el
campo de batalla, en las carpas de los generales aprendiendo sobre
estrategia, dando ?rdenes a los soldados, teniendo combates victoriosos y
derrotas con innumerables bajas. No eran guerras importantes, era m?s
bien un acuerdo entre los reinos vecinos para continuar con el arte
castrense y mantener entretenidos a los nobles que les gustaba jugar a
los soldados.
Esta noche ser?a distinta, no dormir?a en campamentos fangosos ni en
carpas fr?as, sino en sus reales aposentos, con s?banas de seda. No
blandir?a su espada, ni usar?a su pesada armadura, sino que alzar?a las
copas en su traje de gala, no gritar?a ?rdenes ni ver?a personas morir,
sino que cantar?a alegre con sus amigos. Su padre hab?a planeado esta
celebraci?n con anterioridad. Era imprescindible que el pr?ncipe tuviera
consorte. Era el hijo menor de nueve, ya todos estaban casados o
prometidos con las hijas de los reyes, condes y duques de reinos
cercanos, por lo que no necesitaban (ni quer?an) m?s alianzas nupciales.
Su hijo soltero daba al rey la posibilidad de congratularse con los ricos
del reino, que dar?an la mitad de su fortuna por que su hija fuera
princesa, y dar?a a la corona una imagen de cercan?a con el pueblo llano.
Y ah? estaba Henry, con sus ojos puestos en la ?nica mujer que nadie
conoc?a. Por su aspecto pod?amos deducir que era inmensamente rica. Las
cuentas brillantes en su vestido reflejaban la luz en peque?os arco?ris.
De su cuello colgaban diamantes, y su tiara ten?a hermosas joyas. Lo que
m?s llam? la atenci?n del pr?ncipe Henry y del resto de los asistentes
fueron las zapatillas de cristal, cuyos tan precisos como los de un
diamante, hac?an resplandecer los diminutos pies de la joven.
Entonces, a las doce empezaron a sonar las campanadas de la iglesia,
marcando la media noche. La desconocida se disculp? y comenz? a correr
hacia la salida. Henry corri? detr?s de ella. Algunos dicen que en la
carrera una zapatilla "resbal?" de su pie, quedando en la escalera. Lo
cierto es que no fue uno, sino ambos zapatos, y no se desliz?, m?s bien
se los quit? ella misma, dej?ndolos tirados, pues con el tac?n alto no
pod?a correr. El pr?ncipe no pudo darle alcance, y la perdi? de vista.
Henry no quiso regresar al banquete en su honor. No import? la
insistencia de su padre porque conociera a la hija del orfebre, ni del
comerciante de productos de oriente, nada le hizo cambiar de opini?n,
ten?a que encontrar a la dama misteriosa.
Al d?a siguiente, su padre acept? enviar un contingente en b?squeda de la
doncella. Hubo varios testigos en la fiesta, por lo que no hab?a
necesidad de probar zapatillas (m?todo impreciso y supersticioso). No la
encontraron ni en la primer semana, ni en el primer mes. No se encontr?
ni en la ciudad ni en los lugares cercanos. Nadie la conoc?a, nadie hab?a
escuchado de ella. Si no hubieran visto al pr?ncipe bailar toda la noche
con ella, todos hubieran cre?do que eran meras fantas?as.
El tema se olvid?, no era una prioridad para el reino. El pr?ncipe no
eligi? consorte, para enojo de su padre. As? que volver?a al campo a
seguir jugando a los soldados.
La depresi?n de Henry fue creciendo, y la fecha para regresar a la guerra
se acercaba. No dorm?a, no com?a, pasaba d?as sin salir de su cuarto.
Atesoraba las zapatillas de cristal, como ?nico recuerdo de su encuentro
con la mujer desconocida, tom?ndolas en sus manos, acarici?ndolas, como
hubiera querido hacer con los pies de su amada.
De repente mir? brillar los zapatos, como si produjeran una luz propia
que iluminaba su habitaci?n. Los zapatos, de absurda peque?ez empezaron a
crecer ante sus ojos. Ya no cab?an en la palma de su mano como hace un
momento, segu?an creciendo y brillando. Cuando ten?an el doble de su
tama?o inicial dejaron de crecer.
Escuch? una voz que le dec?a: ponte las zapatillas. -?Ponerme las
zapatillas? ?Qu? idea est?pida!- pens?.
Pero la voz continu?: ponte las zapatillas, ponte las zapatillas, ponte
las zapatillas.
Las ventanas se abrieron con un fuerte viento, y de entre las cortinas
entr? una figura femenina. Era como un fantasma, hermoso y terrible, con
un vestido blanco sencillo y cabellos de plata. ?P?ntelas! Grit?,
atraves?ndolo y desapareciendo tan intempestivamente como hab?a
aparecido.
Con terror, casi en transe, el pr?ncipe se quit? sus zapatos de descanso
y sus medias, y t?midamente obedeci? la orden. Se coloc? la zapatilla
derecha y despu?s la izquierda. Quedaban perfectas. Dio un paso
torpemente, despu?s otro y se volvi? a sentar. Intent? sacarse las
zapatillas, pero no pudo, estaban atoradas. De pronto sinti? dolor en sus
pies. Las zapatillas se encog?an. Cada vez m?s peque?as, cada vez m?s
dolor, gritaba desesperado, pero nadie acud?a a ayudarle. Cuando
regresaron a su tama?o original, dejaron de encogerse y el dolor cedi?.
Pod?a ver a trav?s del cristal finamente cortado en ?ngulos iridiscentes,
que sus pies estaban ?ntegros. El brillo del cristal se extendi? por su
propio cuerpo. Sus piernas irradiaban luz. Sinti? todo su cuerpo arder,
cada parte de su ser se transformaba poco a poco. Sinti? que sus caderas
se ensanchaban y el contorno de sus piernas se hac?a m?s suave. Su
cintura se contrajo, hasta ser m?s delgada que el tronco de un manzano,
sus hombros encogieron estilizando su figura. En su pecho crecieron dos
grandes senos redondos. El cabello en empez? a crecer, rubio y lacio,
cubriendo su cara, llegando a su cintura.
El ardor cedi?, y con ?l se fue la tristeza. Por un momento olvid? cual
era la causa de su desconsuelo. Entonces mir? al espejo. Una joven
hermosa de grandes ojos azules mir? de regreso. Era ella. La dama
misteriosa, la hermosa mujer con quien hab?a bailado la noche de la
fiesta. Pero en ese momento no la reconoci?. Solo se ve?a a s? misma, a
la princesa Henrietta, en su camis?n de dormir, con el cabello
desordenado, movido por el viento.
Corri? a la ventana para cerrarla, ya que el fr?o empezaba a arreciar.
?Por qu? llevaba sus zapatillas de cristal puestas? No lo pudo
comprender. Pens? que quiz?s hab?a caminado dormida. Se quit? las
zapatillas y regres? a la cama.
Al d?a siguiente, sus dos damas de compa??a entraron a su habitaci?n,
ayud?ndole a vestirse. Decidi? usar un hermoso vestido rojo de
terciopelo. Sus diminutos pies se calzaron en suabes zapatillas de tac?n
bajo, a juego con el vestido.
- ?Hoy amaneci? alegre la princesa! - dijo Margaret, su dama
- Siento que he despertado de un sue?o - respondi? Henrietta- como si las
cosas volvieran a su lugar.
As? sali? con paso alegre a saludar a sus padres, quienes organizaban una
nueva fiesta, esperando que, en esta ocasi?n, su hija por fin encontrara
consorte.
Wynona
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