Siento mucho el retraso en terminar esta historia. Aqu? pongo las
partes que faltan para terminar el primer libro. Comentarios,
opiniones, o lo que quer?is, pod?is dirigirlos a
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Comments welcome. You may locate me at
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*************Decimoquinta parte*************
Cuando bajamos las escaleras, yo era una chica nueva. Estaba cansada y
sudada y seguro que mi maquillaje necesitaba un retoque bastante
importante, pero me sent?a contenta. Ni siquiera la incomodidad de mis
tendones de aquiles y su forzado ?ngulo, ni la perpetua desnudez que
sent?a con las piernas al aire y el sexo s?lo cubierto por mi blusa
oscurec?an mi ?nimo.
-Ya era hora de que las se?oritas se dignaran a aparecer -grazn?
Mercedes, que estaba en el pasillo, delante de mi puerta.
A su lado hab?a un hombre musculoso, de cabello corto y casta?o,
cortado a cepillo. Me sacaba una buena cabeza y pico, lo que le
convert?a en un gigante a mis ojos, pero no estaba muy lejos de lo que
hab?a sido mi talla masculina. Ten?a cara ani?ada, cejas gruesas y
rectas y llevaba puesta una sonrisa que le produc?a hoyuelos en las
mejillas. Vest?a una camiseta ajustada que marcaba sus poderosos
pectorales, y pantalones de chandal, zapatillas deportivas incluidas.
Nos esperaba con los brazos en jarras.
-Perd?n -dijo Dalia, mirando alternativamente a ambas personas.
Yo, por mi parte, estaba roja de verg?enza y manten?a la mirada baja.
Ni un ruidito sali? de mi garganta.
-Usted, Dalia, v?yase con Alberto a cumplir su horario. Yo me quedo con
Laura a ver si podemos recuperar algo el tiempo perdido.
-Pod?is hacer lo que quer?is en vuestro tiempo libre -terci? el hombre,
que ten?a una voz grave y agradable-, pero ten?is que cumplir los
horarios.
-...O habr? consecuencias -amenaz? Mercerdes.
-Bueno, bueno... -acab? Alberto, haciendo un gesto con la mano, como
quitando hierro al asunto.
Un momento despu?s, mi amiga y ?l desaparecieron por el pasillo,
dej?ndome a solas con la se?orita Rottenmeyer.
-Tiene usted cinco minutos para arreglarse ese desastre de
maquillaje... -observ? mi manera de moverme antes de volver a hablar-.
Me alegra ver que, al menos, algo ha interiorizado de su primera clase.
Estupendo.
No me atrev? a sonre?r ante ese disimulado elogio. Hice bien.
-Por cierto, se?orita...
Me qued? quieta casi cuando ya hab?a asido el pomo de la puerta del
ba?o de mi habitaci?n.
-Qu?tese las sandalias.
-?Qu?? -pregunt?, horrorizada.
-As? sabr? con seguridad que va a ser m?s... diligente ah? dentro.
De esta manera, inc?moda, sobre los dedos de mis pies y poniendo mi
infantil gesto de frustraci?n (morritos y ce?o fruncido) entr? al
servicio.
La tarde fue dura. Los minutos se me hac?an horas. Las horas d?as. En
primer lugar, no me permiti? calzarme en las dos primeros tercios de la
clase. Al principio fueron los gemelos. Luego los tobillos y los dedos
de los pies. Al final, todas las piernas y hasta la espalda. Lleg? un
momento en que pr?cticamente lloraba de dolor. Y eso a pesar de que
gran parte de esas horas me ense?? las posturas que deb?a adoptar en la
cama.
-Un se?orita debe ser elegante y sexy hasta cuando duerme -dec?a.
Casi todas las poses implicaban que estuviera boca abajo o de lado. En
el primero de los casos ten?a que estar con las piernas dobladas hacia
arriba y muy juntas, entrecruzando los tobillos como opcional. En el
segundo, mi torso quedaba necesariamente retorcido hacia un lado y la
pierna superior ca?a por delante de la otra, creando un dram?tico
efecto de multiplicaci?n del tama?o de mi culo. Poco a poco fui siendo
consciente de que, ni siquiera tumbada, ni en la cama, iba a estar
c?moda. Que mi vida iba a ser una tortura.
En realidad, no es exactamente as?, pero me cost? varios meses
adaptarme a todo mi nuevo y limitado juego de movimientos. En realidad,
de no ser por el ejercicio f?sico y los cuidados que mi marido me paga,
creo que hace tiempo que habr?a tenido alg?n serio problema de espalda.
En la ?ltima hora permiti? que mis pobres pies volvieran a descansar
sobre sus tacones, pero eso no disminuy? ni un ?pice la intesidad de
los ejercicios, que centr? en caminar desde los habituales pasitos
cortos hasta los m?s r?pidos que mi cuerpo permit?a, que no lo eran
mucho.
-Muchas veces -explic?- estar?s cansada y dolorida. Pero eso no
significa que puedas relajar tus maneras. Jam?s.
?Qu? raz?n ten?a! Pero eso lo s? ahora. En ese momento s?lo deseaba...
bueno, iba a decir que estrangularla, pero lo que en realidad quer?a
era quedarme sola para llorar por todos los malestares que me estaba
causando esa cruel mujer, posiblemente como venganza por mi retraso.
Estaba segura de que en cualquier momento me iba a dar un calambre que
me iba a dejar tiesecita. Sin embargo, no fue as?, a pesar de todo.
-Por cierto, Laura, no apriete los dientes si le duele algo. Relaje la
mand?bula y sonr?a. Cuanto m?s inc?moda est?, cuanto m?s dolorida, m?s
debe mostrarse dulce y amable.
As? lo hice. Sin embargo, cualquiera que leyese mi mirada sabr?a que,
en realidad, distaba de estar contenta.
Esta segunda lecci?n hab?a sido completamente en mi habitaci?n. Apenas
se despidi? con un temible "hasta ma?ana a la misma hora, espero que
sea puntual", me descalc? y sub? a la cama. Ten?a la idea de tumbarme
como mi viejo ser: boca arriba con las piernas separadas, las rodillas
dobladas de manera que s?lo el culo y los pies tocasen la s?bana. Sin
embargo, fui incapaz. Algo en mi interior mi obligaba a interiorizar
las lecciones y a ponerlas en pr?ctica. Lo deseaba con la misma
intensidad con que lo rechazaba.
Al final, acab? de lado, con el torso hacia arriba y los dos empeines
doblados hacia atr?s, pegados al culo. De las posturas estudiadas, era
la que menos molestaba a mis doloridos m?sculos. La espalda no
descansar?a hasta la noche. Puse la tele para distraerme con los
concursos previos a los informativos. ?C?mo echaba de menos un buen
libro para leer!
Despu?s de la cena (tan escasa como de costumbre) no ten?a a?n ganas de
acostarme y no estaba dispuesta a dejarme vencer por el sue?o. Decid?
ir a buscar a Dalia. Me hab?a dado cuenta de que ella sab?a
perfectamente cual era mi habitaci?n. La mayor?a de las puertas estaban
cerradas, pero yo sol?a dejar la m?a entreabierta. Quiz? por eso me
hab?a encontrado.
Salt? sobre mis sandalias. Asom? la cabeza fuera. Todo estaba
tranquilo, como siempre. Estaban apagadas la mayor?a de las l?mparas,
lo que daba al pasillo un aspecto l?brego, como de pel?cula de miedo
barata. Por fuerza, la habitaci?n de Dalia ten?a que estar a la
izquierda de la m?a. A la derecha estaba el corto trayecto hasta el
ascensor, el cuarto de depilaci?n donde hab?a recibido mis primeras
clases y poco m?s, pero el otro lado me era completamente desconocido,
adem?s de mucho m?s largo.
Al mirar hacia all?, lo ?nico que destacaba en la oscuridad era el
dibujo que hac?a en el suelo la luz amarilla de una habitaci?n que,
como la m?a, ten?a la puerta entreabierta. Por alguna extra?a
asociaci?n de ideas, decid? que Dalia deb?a actuar como yo, as? que
necesariamente ten?a que ser ella. Y de todas formas, no iba a empezar
a abrir puertas al azar a ver lo que encontraba dentro. Me acerqu?
silenciosamente... o esa era mi intenci?n. Los tacones que estaba
obligada a llevar no eran muy discretos.
Quien estaba dentro no era Dalia. De todas formas, no me hab?a o?do
llegar. La escena era muy extra?a. Dejadme que os la cuente:
Era una chica joven. Preciosa, realmente preciosa. La m?s guapa que
hab?a visto hasta el momento, lo que ya era mucho decir. Al contrario
que la artificiosidad de Dalia o la sofisticaci?n de Isabel,
representaba la misma esencia de la naturalidad. Su pelo era largo y
liso. Los colores forzados de mi amiga o el m?o propio eran un marcado
contraste con el suyo, de un dorado oscuro desde el nacimiento hasta
las puntas. Su melena, de cabellos finos ca?a sobre sus hombros y su
espalda, enviando destellos cuando mov?a, casi agitaba, la cabeza con
frustraci?n.
Miraba hacia abajo, pero pude ver que sus ojos eran grandes, m?s que
los m?os, que no eran precisamente peque?os. Pude distinguirle unos
iris verdes con motitas amarillas cerca de la pupila. Si no estuviera
tan concentrada, por fuerza me habr?a tenido que ver igual qe yo la
ve?a a ella. Su nariz era corta y recta, en perfecta armon?a con su
rostro, como lo estaban sus labios, de suave color rosado que parec?a
suyo propio, enmarcando una boca grande.
Estaba desnuda. Su pijama era un mont?n de ropa en una esquina de la
habitaci?n. Era muy delgada. Sus costillas se adivinaban en su costado,
sin llegar a marcarse como en una enferma. Su cintura era tan breve
como la m?a. Su culo era considerablemente m?s peque?o, pero
perfectamente redondo y apretado, quiz? por el esfuerzo que estaba
haciendo. ?Que bonito culo, qui?n lo tuviera!
Pero sus pechos... ?Ay sus pechos! Eran tan desproporcionados como mi
trasero en m?. Al contrario que las siliconas de Dalia o lo que quiera
que tuviera la chica que hab?a visto el d?a anterior en la cafeter?a,
los suyos, como todo en ella, eran de verdad. Lo cual representaba que
no estaban precisamente muy firmes. De pie como estaba, y debido a su
gran volumen, colgaban hasta m?s all? del ombligo. Sus pezones, grandes
y rosados con una ar?ola a juego en tama?o y color, miraban
directamente hacia los dedos gordos de sus pies que, por cierto,
estaban descalzos y apoyados totalmente sobre el suelo.
Se peleaba con algo que rodeaba su cintura y desaparec?a entre sus
piernas. Algo met?lico y duro. Sus bamboleos y tirones hac?an que tanto
su pelo como, sobre todo, sus pechos, bailaran de manera incontrolada y
la molestaran continuamente. El pelo se lo apartaba con sus finas
manos, pero los pechos parec?an un incordio al que no estaba
acostumbrada. La pobre seguramente se hab?a despertado as? hac?a poco.
Algo extra?o en su rostro llam? mi atenci?n: su expresividad. O mejor
dicho, la falta de ella. Su rostro no mostraba ni una arruga... pero
tampoco ni un solo gesto. Sus finas cejas, tambi?n rubias, no se
mov?an. Ni lo hac?a su frente. S?lo sus labios y mand?bula romp?an la
apariencia de una mu?eca de porcelana. Su piel tan blanca en todo el
cuerpo, reforzaba esa sensaci?n.
Trat?, sin desvelar mi presencia, de adivinar con qu? estaba luchando.
Pude verlo un par de momentos en que gir? su torso hacia m?. As? pude
ver que, como yo, como Dalia, no era una mujer completa. Ten?a pene, y
tambi?n test?tulos. Sin embargo, el primero estaba metido dentro de una
especie de tubo r?gido, probablemente met?lico, que lo empujaba entre
los segundos, apuntando directamente hacia abajo. Apenas una puntita
del glande asomaba fuera. El extra?o artilugio se completaba con la
tira met?lica que habia visto alrededor de la cintura.
Finalmente, la chica, despeserada, abandon? su lucha y se arrodill?
sobre la cama, llorando. Sus pechos quedaban desparramados a ambos
lados de su cuerpo. No es s?lo que estuvieran ca?dos es que, desde
luego, eran enormes.
No me pareci? el mejor momento para presentarme as? que, con m?s
cuidado a?n, volv? a mi habitaci?n.
Despu?s de mis obligaciones nocturnas, ya con la cara limpia, me
acost?. La chica era hermosa. Me cambiar?a por ella. Parece al menos
conservar sus sexo intacto, aunque est? temporalmente prisionero. Sus
pechos eran desde luego un incordio y muy llamativos, pero estaba
entonces despertando poco a poco en m? un deseo de ser una rubia
tetuda, deseo que no ha hecho m?s que aumentar con los a?os. Sin
embargo, soy completamente consciente de que jam?s lo ser?. Yo soy una
morena culona, y esas son mis armas de mujer. Mientras Dalia seduce con
sus labios gruesos y con sus pechos grandes, mientras ella seduce de
cara, yo tengo que seducir con mi culo, de espaldas. No es que no guste
a los hombres... es que no me gusta a m?. Pero son mis cartas, y con
ellas tengo que jugar.
Pero estoy adelantando acontecimientos... Volvamos a aquella noche. La
rubia, el encuentro casi sexual con Dalia y mi propia imagen una vez
m?s rondaban por mi mente mientras el cansancio me venc?a. ?Qu? me
deparar?an los sue?os esa noche?
*************Fin de la decimoquinta parte*************
*************Decimosexta parte*************
Hac?a bien en temer los sue?os que pudiera tener. Pero mis ideas ni
siquiera se hab?an acercado a lo que iba a pasar por mi mente dormida.
No los protagonizaron ni la nueva chica rubia, ni Dalia... ni siquiera
yo misma. Volv? a estar mi yo masculino, aunque de una forma difusa...
como si estuviera dentro de una carcasa, como de una armadura cuyo
yelmo s?lo dejaba mis ojos fuera.
Los sue?os tambi?n eran profundamente sexuales, como todos los que
recordaba desde mi despertar en el hospital. Pero el objeto del deseo
esa noche fue alguien mucho m?s perturbador. Especialmente, para un
var?n como yo: Alberto, el musculado profesor de Dalia.
Lo peor de todo es que lo deseaba ardientemente. Le arrancaba la ropa
con pocos miramientos, y le besaba hasta meterle la lengua en la
garganta. ?l, con esa amabilidad que s?lo tiene lugar en los sue?os, me
explicaba que me iba a follar el culo durante horas y horas. Si quer?a
hacerme una paja, era cosa m?a.
Me agachaba y separaba mis nalgas para ?l. Me d? cuenta que algo no
andaba bien, ya que yo, como hombre, iba m?s bien escaso de trasero.
Sin embargo, mis manos no abarcaban cada una de mis nalgas.
Me penetr?. De golpe, sin preparaci?n ni cuidado. La sensaci?n fue
agradable. Yo no la esperaba de otra manera. Con mis nalgas firmemente
apoyadas en su pelvis y deseando que me bombeara, llev? mi mano a mi
polla. Quer?a masturbarme. Quer?a sentir placer. Deseaba derramar mi
semen por el suelo mientras Alberto llenaba mi culo del suyo.
Al principio, me sent? extra?o. Sus empujones cada vez que se clavaba
en m? eran m?s y m?s placenteros, pero yo no lograba encontrar mi
verga. Harto de buscarla a ciegas, baj? la vista para localizarla
visualmente. No estaba. No hab?a nada. De cintura para abajo, mi cuerpo
hab?a desaparecido. S?lo un mu??n redondo debajo del ombligo. Levant?
mis manos y descubr? que tampoco ten?a brazos. Por eso no pod?a
tocarme, pens? con la l?gica de quien duerme.
Alberto fue sustituido por una risa mal?vola. Al volverme, vi a
Mercedes, desnuda, con cuernos y rabo se?al?ndome, con una enorme
cimitarra en las manos.
Justo entonces, me despert?. Con el coraz?n acelerado, empapada en
sudor fr?o. Lo primero que hice fue recorrer mis brazos entre s?.
Sentirlos. Luego hice lo mismo con las piernas. Por ?ltimo, busqu? la
luz de la mesilla. La sensaci?n de estar mutilada segu?a mand?ndome
escalofr?os por la espalda, y la horrible voz del diablo en forma de
mujer resonaba a?n en mi cabeza.
Poco a poco fue recuperando la calma. Desde que era mujer, no hab?a
logrado dormir de un tir?n ni una sola vez. Me puse de lado. Recordaba
las lecciones de Mercedes, y deslic? mi pierna superior hacia abajo
para acentuar las curvas de mi culo. Aunque estuviera sola. Pens? en lo
que hab?a pasado. Alberto era un hombre atractivo. Demasiado musculado
quiz?... pero desde luego ??no me atra?a!! Pero... ?qu? es lo que me
atra?a? Me gustaban las mujeres, desde luego, pero de manera diferente
a mi anterior vida. Ya os he contado que las ve?a como s?mbolo de
belleza, no como objeto de mis deseos... Aunque tambi?n ten?a que
reconocer que hab?a algo en Dalia... no s?. Desde luego, no era lo
mismo que ve?a en Isabel, por ejemplo. En el encuentro en las
escaleras... ?Podr?a haber pasado cualquier cosa!
Eso claro, suponiendo que no fuera como yo. Que tuviera alg?n tipo de
capacidad sexual con su pene. Despu?s de lo que hab?a visto esa tarde,
estaba razonablemente segura de que ten?a al menos erecciones. Pero en
tal caso... ?c?mo ser?a un encuentro sexual entre ambas? ?Ella
disfrutar como activa y yo s?lo entregarme como pasiva? ?Ser?a verdad
que no pod?a tener orgasmos? ?De ninguna manera?
Entonces, un nuevo escalofr?o me recorri? la espalda. Hasta entonces
hab?a sido realmente inocente... ?Que no tenga vagina no quiere decir
que no me puedan follar! ?C?mo lo hacen los homosexuales? ?As? estaba
destinada yo a dar placer? Todo el mundo dice que cuando te follan el
culo sientes dolor. Que luego ese dolor se transforme o no el placer es
algo que var?a seg?n las fuentes... ?Oh, Dios! Claro que en mi sue?o
hab?a sido muy agradable desde el principio...
Volviendo a reposar sobre mi espalda, pas? con curiosidad mi mano por
mi perineo. Tuve que apartar mi micro-pene primero. Ese triste
recordatorio de mi pasado masculino era la parte m?s humillante de todo
lo que me hab?a pasado: presente pero a la vez completamente in?til
para todo. La sensaci?n al acariciar el espacio entre mi antiguo sexo y
lo que es el m?o actual era muy agradable. La zona se hund?a un poco si
apretaba, lo que disparaba un extra?o placer interno, parecido a unos
suaves calambres el?ctricos que recorr?an las piernas y el vientre.
Intent? bajar esos dedos hasta el ano. De nuevo tuve que apartar otro
recordatorio de mi situaci?n, pero en este caso de mi nueva y
desproporcionada feminidad: con una mano agarr? una de mis nalgas para
lograr llegar a mi peque?o agujero. Record? de mis experiencias en la
taza, intentando evacuar, que realmente era diminuto. Al tacto, sin
embargo, lo sent?a m?s o menos como siempre. No era capaz de discernir
su nueva estrechez. La caricia me gustaba. Externa, naturalmente. ?C?mo
se me iba a ocurrir meterme nada, ni siquiera la puntita de una u?a,
dentro del culo!
Poco a poco, la simple experimentaci?n se transform? en excitaci?n,
exactamente igual que me hab?a pasado cada vez que, de noche, me
despertaba en la soledad de mi habitaci?n. Not? c?mo mis pechos
empezaban a desear roces y pellizcos mientras segu?a acariciando mi
ano. Hac?a c?rculos con mi dedo alrededor, incluso haciendo algo de
presi?n en el mismo centro. El agujerito segu?a cerrado y estrecho a
pesar de mis caricias. Hab?a le?do que el esf?nter se relajaba si se le
acariciaba el tiempo suficiente. O no sab?a hacerlas, o mi ano
funcionaba de manera diferente. ?C?mo iba a saber yo entonces que me
hab?an dise?ado as? de estrecha para dar el m?ximo de placer cuando me
penetrasen! A costa de mi sufrimiento, claro. Aunque tampoco es todo
tan blanco o negro. Ya lo explicar? m?s adelante.
Me encontr? con la frustrante disyuntiva de no poder tocar mis pechos
si segu?a acariciando mi ano, ya que al soltar las nalgas, mi culo
quedaba totalmente cubierto por ellas. Y entonces descubr? que
estimular mis diminutas tetitas sin sumarlo al masaje anal no resultaba
ni la mitad de satisfactorio, pero si segu?a con mi agujerito, mis
pezones lloraban por recibir algo de atenci?n.
Por fin, tan frustrada y tan ardiente de deseo como cada noche,
deseando locamente ese orgasmo que jam?s llegar?a, trat? de dormirme.
Me cost?. Cost? tranquilizar mi cuerpo y mi mente para poder entregarme
al descanso que tanto necesitaba para soportar los esfuerzos de cada
d?a. Mi mente se debat?a entre la idea de ser un homosexual, algo que
no pod?a aceptar ni a?n siendo mujer, y el hecho objetivo de que yo,
ahora, a casi todos los efectos pr?cticos, era una mujer, por lo que
sentir deseo por los hombres era normal y l?gico.
Quedaba poco tiempo para el amanecer en el que tendr?a que volver a
ejecutar mi diaria rutina de belleza, antes siquiera de desayunar.
*************Fin de la decimosexta parte*************
*************Decimos?ptima parte*************
No tard? mucho en volver a encontrarme con la misteriosa rubia con
carita de mu?eca de porcelana.
Por la ma?ana, ya recuperaba de mi deseo sexual insatisfecho y tras la
lenta rutina de embellecimiento, fui a desayunar bastante pronto.
Isabel me di? quince minutos para hacerlo antes de sus clases. Yo se lo
agradec?, ya que segu?a perpetuamente hambrienta.
-Observa que tripita tienes -me contest?-. Completamente plana. Cuando
te sientas se pliegua hacia dentro en vez de hacia afuera. Y eso se
mantendr? as? gracias a llevar un exhaustivo control de tu
alimentaci?n. Si te abandonaras a la gula, podr?as acabar gorda y fofa.
Eso es algo que no puede pasar.
Hubo algo en su mirada, entre pena y advertencia, que me convenci? de
que era mejor sentir un vac?o en el est?mago que la alternativa.
-?Ese culo! -lleg? a gritarme cuando me alejaba hacia el ascensor, al
ver que, concentrada en la postura de mis brazos y manos, no lo mov?a
lo suficiente al caminar.
Coincid? con Dalia. Acababa de terminar su periodo de gimnasio matutino
y estaba reci?n duchada. A?n ten?a el pelo h?medo, aunque se hab?a
maquillado. Al parecer ella tambi?n en el cuidado de su apariencia
ten?a m?s manga ancha que yo. Eso ten?a que ver tambi?n con el
diferente tipo de mujer que est?bamos destinadas a ser. Sin embargo, en
ese momento s?lo sent? envidia: su rutina parec?a mucho m?s relajada
que la m?a. Naturalmente, nos sentamos juntas.
Apenas hab?amos tenido tiempo de empezar a charlar cuando entr? a la
cafeter?a la chica de la noche anterior. Ten?a el mismo aspecto de
"primera vez" que yo hab?a aprendido a distiniguir en las nuevas. El
mismo que deb?a tener yo cuando Dalia me sonri? y me invit? a su lado.
-Anoche, cuando te fui a buscar -reconduje la conversaci?n que
est?bamos teniendo en ese momento-, me encontr? con esa chica.
-?S?? -contest?-. ?Y te presentaste o algo?
Le cont? lo que hab?a pasado en mi furtivo paseo. Especialmente, el
extra?o artilugio que aprisionaba su sexo obviamente masculino. Dalia
no dijo nada. Se limit? a asentir.
-?Tienes idea de lo que puede ser eso? -termin? por preguntarle
directamente.
-?Ay, Laura, hija, que inocente eres a veces! -?Esta claro que es un
cintur?n de castidad!
-Pero... ?Eso no es algo que usan s?lo las mujeres?
Dalia ri? con su risa abierta, sincera... y vulgar.
-A?n no tienes ni idea de en qu? estamos metidas, ?verdad? -dijo,
cogi?ndome un antebrazo con cari?o, como queriendo disculparse por su
rudeza anterior-. En el poco tiempo que llevo en este sitio he visto
muchas cosas que antes no conoc?a. Esos cinturones son una de ellas, y
no la peor...
-Entonces t?... -me interrump? a medias.
Neg? con la cabeza, significativamente. Ella ten?a su sexo tan libre
como yo, aunque probablemente m?s ?til. Me hab?a sonrojado tanto que no
me fui capaz de preguntarle m?s.
Poco tiempo despu?s, con su bandeja en las manos, la nueva chica pas?
por nuestro lado. Ambas la mir?bamos en silencio. En un momento
determinado, su vista se cruz? con la nuestra. Era dif?cil adivinar su
?nimo por las expresiones de su rostro. M?s concretamente, por la
asusencia de las mismas. Por encima de los ojos, no hab?a ning?n
movimiento. S?lo los labios pose?an expresividad en su faz de belleza
sin igual.
Por lo dem?s, vest?a el mismo pijama que las dem?s internas, y un
zapato plano que me di? bastante envidia. Su m?s que generoso busto
quedaba bastante disimulado, debido a que su falta de firmeza lo hac?a
reposar por gran parte de su torso en vez de las llamativas bolas de
silicona de Dalia. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. Era
la ?nica mujer en toda la sala y, por lo que recordaba, en todo el
centro, que luc?a un peinado tan sencillo. Como sencillo era tambi?n su
maquillaje. Casi podr?a afirmar que ni llevaba. S?lo al tenerla cerca
pod?a verse la fina capa base que ten?a sobre el rostro.
Por supuesto, fue Dalia la que tom? la iniciativa, armada de su gran
sonrisa enmarcada por sus labios gruesos.
-?Hola! -dijo-. ?Te gustar?a sentarte con nosotras?
Se qued? quieta. En su m?scara perfecta s?lo un ligero temblor de
labios indic? una cierta inseguridad. Un momento m?s tarde asinti? con
la cabeza. Eligi? una silla enfrente de nosotras.
-Muchas gracias -fueron sus primeras palabras-. Me despert? ayer aqu? y
no tengo ning?n conocido aqu?. De hecho -continu?, mirando al infinito
durante un momento-, ni siquiera estoy seguro de donde estoy. O de
quien soy.
Dalia y yo nos miramos significativamente al ver c?mo segu?a utilizando
el masculino para hablar de s? misma. La pobre deb?a estar tan
terriblemente desorientada...
Dejadme que hable un momento de su voz. La m?a era casi infantil. La de
Dalia m?s grave pero profundamente femenina. La de nuestra nueva amiga
era la sublimaci?n de la feminidad. Ten?a un tono y un timbre
simplemente maravilloso. Era tan aguda como la m?a, pero con un punto
de madurez del que yo carec?a por completo y para siempre.
-Yo soy Laura -expliqu?-, y mi amiga es Dalia. Nosotras tambi?n nos
despertamos aqu? "cambiadas". Las dos provenimos de una selecci?n de
personal...
-...?En octubre? -nos interrumpi?-. ?Yo soy el n?mero tres! -exclam?,
se?al?ndose el pecho con la mano abierta en un gesto tan femenino como
involuntario.
Nos abraz? como un na?frago se aferra a la ?nica tabla que flota en un
mar embravecido. Los siguientes diez minutos consistieron en cientos de
preguntas sobre su nueva situaci?n. Las mismas que hice yo y seguro que
las mismas que casi todas las chicas hacen en cuanto tienen ocasi?n.
La charla termin? cuando su tutora, una mujer pelirroja de pelo
alborotado que yo no conoc?a, vino a buscarla. As? descubrimos, al
oirlo, que el nombre de la nueva chica era Natalia. Apenas hab?a tocado
su desayuno. ?Qu? similares ?ramos todas!
Record? que Isabel s?lo me hab?a dado quince minutos y dado que mi
reloj corporal segu?a sin dar se?ales de vida, me apresur? a volver a
mi piso en cuanto me desped? de Dalia.
-No quiero volver a llegar tarde. Ya tuve bastante con la charla de
ayer.
-No le des tanta importancia a menudencias -ri? Dalia, que no se tomaba
demasiado en serio a Mercerdes.
*******
El resto de la jornada transcurri? en lo que se estaba convirtiendo en
rutina: belleza por las ma?anas con Isabel y gestos y movimientos por
las tardes con Mercedes.
Y as? los d?as fueron transcurriendo poco a poco. Me levantaba pronto,
como ser?a una rutina para el resto de mi vida: ?ten?a que estar guapa
antes de empezar a hacer nada! Poco a poco se fue implantando en mi
subconsciente la idea de que nadie me pod?a ver sin maquillaje. Ni
siquiera mi futuro e hipot?tico marido.
Las ma?anas con Isabel eran amenas y divertidas. Cada vez iba logrando
una mayor maestr?a en los juegos con los colores, aprendiendo a usar
dos tonos en la sombra de ojos, por ejemplo. Al comienzo de la segunda
semana, ya controlaba perfectamente la cantidad de cada producto que
ten?a que utilizar para lograr un aspecto no demasiado artificial y lo
m?s discreto posible, dentro de lo necesario que eran los afeites para
destacar mis cualidades faciales y disimular mis defectos. Isabel, al
ver la rapidez de mis progresos, a?adi? las lecciones sobre perfumes
bastante pronto en el curso. Pronto aprend? la diferencia entre una
ligera agua de colonia de diario y un perfume en el sentido estricto,
apta para las noches y circunstancias excepcionales.
Por las tardes, la dura Mercedes parec?a tambi?n orgullosa de m?. Hab?a
interiorizado los movimientos y los gestos de tal manera que parec?an
innatos. Me mov?a con soltura en la artificiosidad de cada una de las
poses y pasos que estaba obligada a realizar en mi vida. Acababa por
las noches extenuada y dolorida, pero feliz de estar convirti?ndome en
la Laura que quer?a ser... ?o era la que quer?an que fuese? A veces era
muy dif?cil saber qu? deseos eran m?os y cuales ven?an implantados o
eran frutos de la sutil manipulaci?n
Ve?a menos a Dalia de lo que me hubiera gustado. Ella ten?a m?s clases
que yo y los horarios no se solapaban exactamente, as? que hab?a d?as
enteros en los que no coincid?amos. Cuando Isabel se iba y no pod?a
estar con mi amiga, me sent?a mal. Al parecer ahora era mucho m?s
dependiente de lo que antes hab?a sido. Yo, que estaba satisfecho
viviendo s?lo y que mi vida se desarrollaba con pocos amigos y pocas
relaciones sociales, ahora no pod?a pasar sin estar cerca de aquellas
personas que me inspiraban confianza. No obstante, cuando est?bamos
juntas, a veces incluso con Natalia, ?ramos razonablemente felices.
En cuanto a nuestra nueva compa?era, la tercera de las cinco de aquella
"selecci?n de personal", pronto pas? a ser una parte integrante de
nuestro peque?o grupo. Le costaba adaptarse a su nuevo cuerpo... y a su
nueva mente. Los primeros d?as sufr?a en ocasiones tensiones internas
que la dejaban en blanco durante un rato. En ocasiones cerraba los
pu?os y hablaba con expresiones masculinas y gestos violentos que
estaban realmente fuera de lugar en su delicado cuerpecito femenino. A
medida que el tiempo transcurr?a, esas fases fueron desapareciendo. En
su lugar, fue emergiendo una personalidad muy dulce, m?s que la m?a, y
por supuesto m?s que la de Dalia. Era tan tierna que, cuando est?bamos
en el parque de la azotea, pod?a ser capaz de llorar con la simple
belleza de una puesta de sol, por ejemplo.
Se hab?a acostumbrado bastante pronto a la falta de capacidad gestual
en su rostro. Para m? resultaba desconcertarte ver rodar l?grimas sin
fruncir el ce?o ni arrugar las cejas siquiera un poquito. Expresaba
casi todas las emociones tan s?lo con los labios y la mirada, pero a?n
as? costaba interpretarla.
Igual que yo segu?a odiando mi enorme culo, ella ten?a el mismo tipo de
sensaciones con sus enormes pechos ca?dos. De hecho, su falta de
firmeza hac?a que rebotaran y se agitaran cada vez que intentaba
caminar r?pido, no digamos ya correr, incluso le resultaba doloroso el
movimiento cuando era muy brusco. Desarroll? un gesto muy
caracter?stico que la acompa?ar?a siempre, a?n cuando, ya fuera del
hospital, vistiera ropa de calle, sost?n incluido: sujetar con un brazo
su pecho cada vez que se agachaba. No era para no exhibirse, sino para
evitar que sus tetazas se interpusieran en lo que quisiera hacer.
-Estos pechos son una verdadera molestia, Laura, siempre est?n
molestando en lo que hago, no sabes la suerte que tienes -me sol?a
decir a menudo.
Eso me hac?a pensar que cada una quiere precisamente aquello de lo que
carece. Yo hubiera matado por su pelo y su figura en general... aunque
hubiera preferido unas tetas m?s discretas, desde luego.
De las partes m?s ?ntimas de nuestra anatom?a ninguna de las tres
hablamos. Estaba segura de que ellas estaban tan intrigadas sobre esa
parte de m? como yo lo estaba sobre ellas, pero no encontr?bamos el
momento, a pesar de nuestra creciente confianza.
Y mis noches... mis noches siempre eran terribles. Ni una sola vez la
pas? sin tener deseo sexual, sin desear correrme como lo hac?a cuando
eran hombre... o de alguna nueva manera que pudiera descubrir siendo
mujer. No os tengo que explicar que todas mis caricias, todos mis
esfuerzos, todos mis t?mdos experimientos fueron infructuosos. Al
parecer, pod?a desear mucho y sentir casi todo, pero la satisfacci?n
final estaba fuera de mi alcance. Todas las noches llor? antes de
dormir.
Al acabar esa primera semana, un d?a Isabel apareci? con un regalo.
-Laura -me dijo, casi al final de su clase-, no me gusta c?mo te apura
el riesgo de llegar tarde a clase. Nunca sabes qu? tiempo ha pasado, o
en qu? momento de la clase te encuentras. No s? si te han dise?ado as?,
o si es un efecto secundario, pero he consultado a mis jefes y no hay
ning?n motivo para tenerte en esa incertidumbre continua. Adem?s -
a?adi?-, las preocupaciones causan arrugas. Asi que me he permitido
este peque?o capricho...
Me entreg? una peque?a caja azul. En su interior, hab?a un discreto
reloj de pulsera, de correa met?lica, muy peque?o y discreto. No ten?a
despertador ni calendario, ni ninguna de las filigranas que yo les
ped?a a los mostrencos que usaba siendo var?n... ??pero era un reloj!!
??y era precioso!!
Me la hubiera comido a besos si no me lo hubiera impedido.
-?Por favor, Laura! ?Que nos vamos a estropear el maquillaje!
Estaba segura de que Dalia habr?a reaccionado de una manera muy
diferente...
*************Fin de la decimos?ptima parte*************
*************Decimoctava parte*************
El comienzo de mi segunda semana presenci? mi segunda revisi?n m?dica.
El mismo doctorzuelo repulsivo entr? en mi habitaci?n por la ma?ana,
escoltado por sus dos enfermeras delgadas rubias y de ojos azules, la
de labios gruesos y la de pechos enormes. Era tan temprano que a?n
estaba en el largo proceso de peinar mi melena rizada reci?n lavada
cuando llegaron. Ni siquiera estaba maquillada. Me sent? muy mal que
llegasen de esa manera y sin avisar.
-Hola, Laura -dijo el galeno-. Hoy toca revisi?n.
-?Puedo ir a maquillarme? -pregunt?. Me sent?a tan desnuda con la cara
lavada como sin ropa.
-Ya lo har?s luego -respondi?-. Soy tu m?dico. Incluso podr?a decirse
que soy quien te ha creado, as? que no deber?as tener verg?enza.
Le mir? y luego mir? a sus ac?litos femeninos. Estaban un paso por
detr?s. La tetona se encogi? ligeramente de hombros y hizo un peque?o
gesto como dici?ndome "no te queda m?s remedio que aceptarlo".
-Esta bien -me resign?, dej? el cepillo sobre las s?banas y me puse de
pie-. Usted dira.
-Ya sabes, Laura. Desn?date, por favor.
Con algo de insolencia que sorprendi? a mis visitantes dej? caer la
toalla al suelo y me qued? quieta, con los brazos en jarras y sobre mis
tacones que no por mucho usarlos se volv?an en absoluto m?s c?modos.
La revisi?n fue m?s exhaustiva en esa ocasi?n. Control? cada una de mis
articulaciones, de nuevo deteni?ndose m?s en mis forzados tobillos.
Despu?s examin? mi cuero cabelludo (y he de decir que la experiencia
result? m?s agradable. Definitivamente, que me acaricien el pelo es una
de las sensaciones m?s placenteras que hab?a sentido en esta semana).
Luego se centr? en mis ojos, midiendo la contracci?n de mis pupilas con
una linterna. Tambi?n examin? mis orejas y especialmente mi cart?lago.
Me di cuenta por primera vez de que no ten?a agujeros para pendientes.
?C?mo no hab?a pensado en ello hasta entonces?
Despu?s se centr? en mis escasos pechos. Mis ar?olas abultadas se
contrajeron ante su toque. Al contrario que en la cabeza, no sent?
ning?n placer ante sus manipulaciones.
-?Sigues sin tener ninguna reacci?n con tu pene? -pregunt?.
Mientras me hablaba, lo estaba manipulando con una cara de asco que,
francamente, se la pod?a haber ahorrado. Yo ten?a la misma impresi?n
que si me estuvieran agitando un brazo dormido. As? que asent? con la
cabeza. Poco a poco, el rubor iba haciendo presa en m?. Pero estaba
orgullosa de m? misma y de mi entereza.
-Con la revisi?n rectal, terminamos -dijo, vertiendo sobre sus guantes
lubricante.
De nuevo fue la parte m?s humillante. De nuevo inclinada sobre la cama.
De nuevo las enfermeras coloc?ndome. De nuevo sus repugnantes dedos en
mi interior. De nuevo me doli? f?sicamente, pero ese dolor fue m?s leve
que el psicol?gico. Estaba introduci?ndose en m?, palpando lo que,
quiz? subconscientemente, yo sent?a que era mi nuevo sexo, mi forma de
dar placer y quiz? incluso de recibirlo. Pero no ten?a ninguna manera
de evitarlo. Casi al final aprend? que, si relajaba voluntariamente los
m?sculos anales, el dolor, aunque no desaparec?a, era m?s llevadero.
-?Bueno! -exclam? al terminar, mientras se quitaba los guantes-. Pues
parece que est? todo en orden -sonre?a-. Si notases cualquier molestia
en el tiempo en que a?n vas a estar aqu?, comun?caselo de manera
inmediata a una enfermera. No obstante, Laura, puedo asegurarte que las
posibilidades de que algo fuera mal son menores al uno por ciento.
?Enhorabuena!
-?Qu? quiere decir eso? -le pregunt? mientras me tapaba con la toalla,
tratando de recuperar algo de mi maltrecha dignidad. A?n sent?a el
escozor en mi culo apenas dilatado.
-Que en cuanto acabes tu periodo de aprendizaje, podr?s irte.
No me dej? preguntar nada m?s. Se fue. Entonces ?realmente pod?a salir
de all?? ?No era todo una pesadilla sin final? Mi ?nimo subi? varios
enteros. Silb? una melod?a de Vivaldi mientras me limpiaba el ano de
los pegajosos restos del lubricante.
******
La semana trajo varios cambios. Isabel redujo a menos de la mitad el
tiempo de sus clases y Mercedes desplaz? las suyas hacia la ma?ana y la
primera parte de la tarde. Poco a poco fue reorientando su "asignatura"
desde las posturas que ya dominaba, y que me hac?an vivir en un
perpetuo estado de sensual incomodidad, hacia las instrucciones para lo
que iba a ser mi ropa y mis zapatos en mi vida.
Si pensaba que era dif?cil caminar con mis cu?as en ?ngulo de cuarenta
y cinco grados, no ten?a ni la m?s remota idea de lo que representaba
hacerlo con tacones de aguja. Todo el equilibrio se centraba en dos
breves puntos en cada pie: los dedos y una aguda y fina columna en el
tal?n. Varias veces estuve a punto de tener un esguince el primer d?a.
Naturalmente Mercedes no s?lo no se compadeci?, sino que endureci? su
comportamiento. No es que fuera exactamente cruel, pero su rectitud y
su falta de empat?a me hac?an sentir mal, especialmente porque pensaba
en Isabel y en lo buena que era conmigo.
Me explic? los detalles de la ropa interior que iba a llevar, aunque
mientras estuviera en el hospital no se permit?a otra ropa distinta a
mi breve blusa de pijama: tangas y sujetadores. Seg?n lo que hab?an
dise?ado para m?, jam?s llevar?a mi sexo suelto. Es algo que agradec?.
No obstante, acostumbrada a?n a mis calzoncillos masculinos, descubr?
que los tangas son inc?modos. En primer lugar, ten?a que colocar mi
pene firmemente entre las piernas para que la forma resultara natural y
femenina. Despu?s, la parte trasera se quedaba firmemente entre mis
enormes nalgas, y me recordaba continuamente su presencia.
Por arriba, deber?a llevar siempre un sujetador adecuado, a pesar de
que, precisamente no es que lo necesitara mucho. Apenas ten?an copa,
pero s? un cierto relleno que lograba que pareciera tener algo de
busto. Y eso me gustaba.
El resto de la ropa, si bien tendr?a tiempo de ir aprendiendo poco a
poco, consist?a en faldas y shorts, la mayor?a de las veces muy cortos,
salvo cuando ten?a que vestir m?s elegantemente, cuando ten?a permitido
que me cubrieran hasta dos dedos por encima de la rodilla. Por encima
ten?a m?s variedad, pero ninguno de ellos exhib?a mi parte superior.
Tan s?lo algunas camisetas para verano ten?an un comienzo de escote. Ni
palabras de honor ni nada m?s atrevido.
-Tienes que lucir y seducir con tu culo -me explicaba Mercedes,
ci??ndose a lo que parec?a un gui?n escrito que no estaba contenta de
tener que aplicar. A m? me humillaba tener que vivir pensando en mi
culo, en exhibirlo y en las reacciones que causara en los hombres.
Pero las novedades de la semana no acababan ah?: por las tardes me
esperaba una nueva asignatura: gimnasio con Alberto, el cachas profesor
que hab?a conocido el d?a que Dalia y yo llegamos tarde.
Siguiendo la costumbre, nadie me hab?a avisado, as? que cuando vino a
buscarme fue toda una sorpresa. Casi me atragando con mi propia saliva.
Hab?a so?ado m?s veces con ?l, aunque siempre dentro de mi antiguo y
masculino ser.
-Hola, Laura -entr? vestido de ch?ndal, y con una energ?a que resultaba
fuera de lugar en ese lugar donde todo parec?a calmado y relajado-
?Vamos! ?Tienes mucho que hacer! -Cogi? uno de mis tenues brazos-.
Aunque estos biceps nunca vayan a desarrollarse mucho, tendr?s que
ejercitarlos para no quedarte fofa.
Descendimos hasta la misma planta de la peluquer?a y el comedor.
Cruzamos todo el pasillo hasta el otro lado de las consultas m?dicas.
Bajo un enorme cartel aparec?a la palabra "GIMNASIO". Por el camino me
fue explicando lo que se requer?a de m?: mantenimiento de la forma y
nada m?s. Y especialmente mi culo iba a requerir una gran cantidad de
esfuerzo. Me hizo enrojecer al explicarlo de manera tan cruda.
Pero crudo realmente fue lo que hab?a en el interior. Entend? algo de
las explicaciones de Dalia y de Isabel sobre las cosas terribles que me
pod?an haber pasado si, quiz?, hubiera tenido simplemente otro n?mero
en la lista de la entrevista de trabajo. Sobre una cinta sin fin estaba
la chica de los pechos descomunalmente enormes que hab?amos visto en la
cafeter?a hac?a ya varios d?as. Sus enormes bolas de silicona
resultaban un estorbo para su actividad. Incluso obstaculizaban el
movimiento de sus brazos al correr. SU espalda se manten?a arqueada
parcialmente hacia atr?s para mantener el equilibrio. Estaba empapada
en transpiraci?n, tanto que sus ajustadas mallas mostraban ya cercos.
No logr? ver que se trasparentase ning?n pez?n, y me extra?? dado que
parec?a vestir tan s?lo licra.
En una esquina estaba una mujer desnuda haciendo ejercicios de piernas
en una m?quina. Parec?a tener una bonita figura, con tetas bien
proporcionadas, casi hemisferas perfectas. Pero hab?a algo que no
encajaba. La distorsi?n entre lo que mi cerebro quer?a ver y lo que
hab?a caus? que fueran varios los segundos que pasaron hasta que lo
descubr?. En primer lugar, no ten?a pelo. No en el cuerpo, sino en
ning?n sitio. Era calva como una rana. Tampoco ten?a cejas o vello en
sitio alguno. Y lo segundo y m?s llamativo... es que no ten?a brazos.
Como si jam?s hubieran existido en su cuerpo. Ni una cicatriz. La chica
claramente a?n no se hab?a acostumbrado a su ausencia, ya que a veces
mov?a los hombros intentando llegar a limpiarse los gotones de sudor
que se le escurr?an por las mejillas. No llegu? a apreciar su sexo.
Quiz? simplemente no ten?a.
Dos mujeres m?s usaban las cintas para correr. Lo m?s llamativo en
ellas era su calzado. No llevaban zapatillas deportivas, ni siquiera
tacones... Llevaban una especie de artilugio que forzaba su pie a estar
completamente vertical, apoyados sobre las u?as, mientras un largo
tac?n manten?a un equilibrio casi vertical. Las pobre sufr?an lo
indecible para mantener el ritmo impuesto. M?s tarde descubr? que esos
instrumentos de tortura se llamaban "botas de ballet". Rogu? porque las
pobres pudieran librarse de ellos, que no estuvieran condenadas a
usarlas como yo con mis cu?as de cuarenta y cinco grados. Nunca lo
supe.
Alberto me agarr? del hombro. Un escalofr?o recorri? todo mi cuerpo.
-No te preocupes -dijo, como si tambi?n ?l pudiera leer mis
pensamientos. Claro que desde mi transformaci?n, mi cara no lograba
ocultar emoci?n alguna. Como para hacerme jugadora de p?quer-. Nada de
lo que ves aqu? tiene que ver contigo.
-Pero eso no quiere decir que no me afecte -dije, con tono bajo y
asustado- ?Qu? han hecho esas chicas para acabar as??
Alberto mir? a los lados antes de responder.
-Laura... Aqu? las cosas son como han de ser, y ni tu ni yo podemos
hacer nada. Ellas han sido dise?adas para prop?sitos distintos a ti. Da
gracias por no estar como N?mero Sesenta -explic?, se?alando con el
ment?n a la pobre sin brazos. ?Y ahora -continu?, aplaudi?ndo
en?rgicamente- vamos a empezar!
Me entreg? la que ser?a desde entonces mi ropa de entrenamiento y me
explic? que estaba autorizada a vestirla s?lo en esa zona. Consist?a en
un sujetador negro, cruzado, que apretaba fuertemente mi pecho,
evitando cualquier movimiento, un tanga y un culotte. De esta forma,
casi todo mi cuerpo estaba expuesto y mi descomunal culo era lo m?s
obvio de todo. Para mis pies me dio una especie de bota por encima del
tobillo que ten?a, tambi?n en cu?a ancha, el ?ngulo adecuado para mis
pies.
-Es para que no te dobles los tobillos. Hay que evitar lesiones -me
explic?.
Luego me indic? d?nde estaba el diminuto vestuario, donde pude
cambiarme sin que me observaran todos, inclu?do el profesor.
Acab? exhausta ese primer d?a. Alberto era infatigable y, sobre todo,
estricto, aunque de una manera mucho m?s amena y simp?tica que la
desagradable Mercedes. Desde ese d?a, tuve que ducharme dos veces al
d?a: por la ma?ana y al acabar el gimnasio.
No obstante, a?n no hab?an acabado las novedades de esa segunda semana.
Y la que faltaba no me iba a gustar nada.
*************Fin de la decimoctava parte*************
*************Decimonovena parte*************
Cuando despert? el d?a siguiente, hab?a algo raro. En primer lugar, el
sol entraba a raudales por las ventana. Ten?a que ser m?s de media
ma?ana.
En segundo lugar, me dol?a la cabeza. Me dol?a tant?simo que llegu? a
tener miedo. Pens? que ese uno por ciento de posibilidades de que "algo
fuera mal" del que me hab?a prevenido el doctor se estaba cumpliendo.
Tambi?n me sent?a muy cansada. Tan cansada que pensar en levantarme
resultaba casi una utop?a. Las piernas apenas respond?an cuando intent?
destaparme para ponerme en pie.
Busqu? el reloj que me hab?a regalado Isabel. Estaba en la mesilla. Me
cost? un rato enfocar la vista. Efectivamente, eran las doce y diez.
Era todo muy extra?o. ?Por qu? nadie me hab?a despertado? Hab?a pasado
el desayuno, las clases de mi rubia tutora y la mitad del tiempo que
pasaba con la inflexible Mercedes.
Me llev? las manos a la cabeza. Pens? que si me apretaba las sienes, la
pulsi?n bajar?a lo suficiente como para lograr enfocar mis
pensamientos. Y entonces not? algo raro. Un tacto met?lico y fr?o en mi
rostro. No lo comprend?a. Mir? mis brazos. Estaban igual que siempre.
Bueno, igual que la ?ltima semana al menos. ?De donde ven?a esa
sensaci?n tan... ajena a mi cuerpo? Por un momento pasaron por mi
cabeza las aberraciones a las que hab?an sometido a las pobres chicas
que v? en el gimnasio y me entraron sudores fr?os.
Puse una mano en mi pecho, tratando de recuperar la calma. Respir?
hondo. Manteniendo mi brazo derecho entre mis dos peque?as tetas,
busqu? con el izquierdo. Palp? mi rostro. Recorr? mi cabeza hasta que
encontr? el origen de la sensaci?n: un aro met?lico que parec?a salir
de cada oreja. Al tacto al menos parec?an muy grandes. M?s o menos del
tama?o de media cara.
Por un lado, me relaj?. Que me hubieran agujereado las orejas no era
tan malo despu?s de todo. Hasta donde yo sab?a, todas las mujeres
elegantes... y bueno, todas las mujeres llevan pendientes, de uno u
otro tipo. Pero por otro lado, no entend?a c?mo hab?an llegado ah?. Mi
mente estaba muy espesa a?n. No tard? en dormirme de nuevo, a?n cuando
quer?a levantarme.
Volv? a abrir los ojos mucho m?s tarde. Lo hice cuando mi subconsciente
sinti? la presencia de alguien muy cerca. Era Isabel. Estaba sentada en
una esquina de la cama y simplemente me miraba. Volv? a darme cuenta,
una vez m?s, de lo hermosa que era. Su piel sin m?cula, su melena rubia
de organizados rizos, sus ojos azules, sus gruesos labios perfectamente
maquillados. Sus grandes pechos destacaban, como siempre, en su delgado
torso.
-?Llevas mucho tiempo ah?? -fue lo primero que a mi voz, de manera un
tanto independiente, se le ocurri? preguntar.
-El suficiente -respondi?, aumentando su sempiterna sonrisa. Al mismo
tiempo llev? una mano a mi frente y empez? a acariciarme el pelo.
-?Qu?... qu? me ha pasado? -pregunt?-. Ayer todo parec?a estar bien.
-No te preocupes, Laura -reforz? sus palabras agarrando mi antebrazo
derecho con su mano libre-. Todo es normal.
Me incorpor?. Hice que dejara de tocarme y la mir?, muy de cerca, cara
a cara. Ten?a un ligero mareo, pero nada comparado con las sensaciones
anteriores.
-Isabel... Dime qu? me ha pasado. Cre?a que eras mi amiga.
La rubia mantuvo mi mirada unos segundos. Pens? que la acabar?a
apartando, pero finalmente fui yo quien no pudo aguantar el azul fulgor
de sus pupilas. S?lo entonces habl?. Su sonrisa hab?a desaparecido
hasta que gan? nuestro peque?o combate.
-A estas alturas ya sabes lo que es este lugar y lo que en ?l pasa.
Cuando salgas de ?l probablemente nunca vuelvas y tengas tu propia
vida, libre dentro de lo que se ha decidido para ti. Eso es lo que ha
pasado.
Sus palabras, lejos de tranquilizarme, me asustaron. Ella lo supo de
inmediato. No en vano mi rostro era totalmente incapaz de ocultar
ninguna emoci?n.
-Pero tranquila -dijo a continuaci?n-. Lo ?nico que ha pasado es que te
han puesto pendientes.
?Y ya? Algo definitivamente estaba fuera de lugar.
-?Y para eso me drogan? Porque est? claro que me han drogado -esa
segunda frase era m?s para m? que para mi interlocutora.
Isabel sonri? con un gesto que ten?a m?s de pena que de alegre.
-Quiz? ser? mejor que te veas por ti misma. ?C?mo te sientes?
-Bien, bien... -dije, mientras me incorporaba y, finalmente, colgaba
mis pies a un lado de la cama.
-Deja que te ayude...
Me cost? m?s de lo habitual mantener el equilibrio sobre mis sandalias.
Isabel me sosten?a de la cintura. El movimiento ten?a algo sensual... o
as? lo interpretaba yo.
Poco a poco, caminando, llegamos al ba?o. Encendi? la luz y pude ver mi
rostro. Como hab?a notado en mi comatoso estado, de cada l?bulo colgaba
un aro grande, de color plateado, que llegaba aproximadamente hasta m?s
all? de la mitad de mis mejillas. El color me gustaba. Con mi pelo
oscuro pegaba m?s la plata que el oro. Ligeramente por detr?s de los
primeros agujeros hab?a un segundo en cada oreja en el que hab?a un
peque?o y tradicional pendiente de los que se usan cuando se realiza
por primera vez el agujero.
-Sigo sin entender por qu? todo esto para dos agujeritos... ?Crees que
no podr?a soportarlo? A estas alturas...
Isabel no dijo nada. S?lo me acerc? m?s al espejo y retir? algunos
mechones rebeldes que intentaban cubrir mis pabellones auditivos.
Me di cuenta entonces de que estaba bastante p?lida y ojerosa. De
repende, me dio verg?enza que mi tutora me estuviese viendo sin
maquillar. Estaba a punto de hacer un comentario al respecto, pero poco
a poco el aro que colgaba de mi oreja fue reclamando mi atenci?n. Era
grueso. No tanto como para resultar grotesco, pero si lo suficiente
para ser al menos, llamativo. Pero, lo m?s peculiar era que... no ten?a
ning?n mecanismo ni cierre. Era simplemente un trozo de metal circular.
Me fij? entonces en el agujero de mi l?bulo. Era de un tama?o lo
suficientemente grande como para que el aro pasase por ella, pero no
ten?a rastro alguno de cicatriz ni de herida reciente. No hab?a ni un
punto de soldadura reciente en el pendiente as? que, necesariamente,
para pon?rmelo ten?an que haber cortado la parte inferior de mi oreja y
vuelto a soldar.
-?Han vuelto a llevarme al s?tano, verdad? -pregunt?, constatando una
realidad.
Isabel afirm? con la cabeza, apretando los labios y levantando las
cejas. Me sorprendi? la expresividad de su rostro, ya que ?ltimamente
estaba acostumbr?ndome a lo forzosa inexpresividad de Natalia.
El segundo par de agujeros era m?s tradicionales, y lo mismo pod?a
decirse de los peque?os pendientes que luc?an, que pod?an ser retirados
a conveniencia aflojando la rosa posterior.
-?Y nunca voy a poder quitarme esto de ah?, verdad?
Notaba ya mis cuencas llenas de l?grimas ante la nueva indignidad.
Isabel neg? con la cabeza.
-Est?n ah? para siempre -finalmente dijo, con un hilo de voz.
Estaba claro que a ella tampoco le gustaba lo que me hab?an vuelto a
hacer una vez m?s. Manten?a la compostura, pero a m? me hab?an vuelto a
superar. Otra vez (y ya hab?a perdido la cuenta), llor?
desesperadamente.
-?Pero, por qu?? -casi le chillaba, a?n sabiendo que ella no ten?a
culpa alguna de lo que me pasaba-. ?Por qu? me hacen esto? ?No estoy
siendo buena? ?No estoy aceptando todo lo que me hac?is? Yo pensaba...
-intentaba decir entre hipos y lloros- yo pensaba que me est?bais
convirtiendo en una mujer elegante. Yo quer?a ser como t?, Isabel -le
dij?, cogi?ndola de los hombros un momento antes de volver a llorar
apoyada en el lavabo-. ?No es suficiente que me hay?is eliminado mi
capacidad sexual? ?Que me hay?is apartado de mi vida? ???Que ahora sea
una chica en vez del hombre que era!!! ?No vale con obligarme a caminar
de puntillas para el resto de mi vida? ?Que me tenga que levantar una
hora y media antes de lo normal cada ma?ana s?lo para estar guapa? ?No
os sirve que hasta eso lo est? interiorizando? ?Yo quer?a ser elegante
y sexy como t?! ?Tan s?lo eso! Y estos pendientes son, sobre todo,
vulgares. ?Ni eso me vais a permitir?
Isabel estaba callada. No mov?a ni un m?sculo hasta que, al final,
llorando, me abrac? a ella. Entonces devolvi? mi abrazo y volvi? a
acariciarme.
-Laura... tranquila... No es tan malo. La elegancia es algo que va por
dentro, y tu la tienes y la vas a tener a espuertas.
-??Pero de qu? sirve si no la puedo mostrar!!
-La muestras en cada paso, Laura, en cada gesto. Y seguir? siendo as?.
Pronto te acostumbrar?s tanto a esos aros que ni los tendr?s en cuenta
cuando te arregles.
En eso estaba equivocada. Eran tan grandes y molestos que durante el
resto de mi vida iban a estar en medio. Desde que me maquillaba por las
ma?anas hasta que me acostaba por las noches ten?a que apartarlos. Pero
entonces no sab?a nada de eso.
-Yo... quer?a ser como t? -dije, ya m?s calmada, pero a?n sollozando.
-Ten cuidado con lo que deseas Laura -dijo tan seria que un escalofr?o
recorri? mi espalda.
Se apart? dos pasos de m?. Mir?ndome, desabroch? su blusa rosa con
parsimonia. Yo era incapaz de hacer alguna cosa salvo mirarla con la
boca abierta. Por primera vez pude ver sus rotundos pechos sostenidos
por un tradicional sujetador del mismo color, que las cubr?a casi por
completo. A continuaci?n se quit? el pantal?n negro y lo dej?
cuidadosamente plegado sobre la blusa. Llevaba un tanga a juego con el
el resto de su ropa interior. Volvimos a mirarnos, pero antes de que
pudiera hablar, y rapidamente, solt? el cierre de su sost?n que cay? al
suelo. El tanga le sigui? instantes despu?s. Como en el gimnasio, a mi
cerebro le cost? procesar lo que ve?a.
Isabel ten?a el mismo tono de piel en todo su cuerpo. Un punto dorado,
pero m?s tendiendo a la palidez que yo a?n mostraba, que al moreno. No
hab?a una peca, ni un lunar, ni una mancha en todo su cuerpo. Y, por
supuesto, ni un solo pelo. Ni un poco de vello extraviado. Pero hab?a
algo m?s... algo extra?o. No ten?a ning?n pene entre sus piernas. Al
principio pens? que, a pesar de lo que me hab?a dicho, era una mujer
completa, nacida as? o constru?da por los monstruos que regentaban este
lugar. Naturalmente, no era as?. Mi vista se fij? de nuevo en sus
grandes pechos, pero de un tama?o y forma que me gustar?a a m?. No
desproporcionados como los de Dalia o Natalia. No eran una falsa
hemisfera ni colgaban. Su forma era perfecta, salvo por un detalle:
carec?an de pez?n o ar?ola, o algo parecido. Eran tan solo dos formas
en su cuerpo, como las de una mu?eca Barbie. El color de su piel se
extend?a por todos ellos exactamente igual que en un brazo o en la
espalda.
Fue entonces cuando descubr? que entre sus piernas tampoco hab?a
ninguna vulva. El conunto con sus piernas formaba una U invertida. Nada
que pudiera dar ni recibir placer.
-?Es esto lo que quieres? -dijo finalmente, con una voz fr?a como el
hielo-. ?Un cuerpo bonito que no puede ser m?s que eso? ?Carecer de
todo deseo para el resto de tus d?as? Laura... no envidies mi vida.
Dar?a toda mi perfecci?n por ser t? ahora mismo. Laura... -repiti? mi
nombre- ?Sabes cu?nto hecho yo de menos poder sentir algo? No digo un
orgasmo... eso es lo de menos... ?Sabes cu?nto dar?a por sentir el roce
de unas manos sobre mi brazo? ?Una caricia en mi pelo? T? te quejas de
carecer de capacidad sexual, pero eso no es as?. Tan s?lo te han negado
el uso de tu pene. La misma sensaci?n de entumecimiento que sientes t?
ah? tengo yo en todo el cuerpo. Ning?n gesto puede gustarme. Tu deseo
sexual es, o deber?a ser, seg?n tu dise?o, grande. El m?o ni siquiera
existe. Ni podr? saber tampoco lo que es el amor. No, Laura, no me
envidies. Da gracias por ser como eres, y como vas a ser.
Viendo esa especie de mu?eca de tama?o natural que me hablaba me sent?
mal. Quise ir hacia ella. Abrazarla. Algo... Creo que hasta estir? un
brazo para alcanzarla. Pero me interrump? a mitad de gesto. Era todo
casi surrealista. Me sent?a dentro de un cuadro de Dal?. S?lo me
faltaban relojes derriti?ndose. Ni siquiera pod?a llorar, de lo
sorprendida que me hab?a quedado.
Toqu? mis aros inconscientemente y luego sal? del ba?o, mientras
rebotaban contra mi rostro a cada paso. Otra sensaci?n que acabar?a por
asumir como propia, como mover el culo a cada paso, como tantas otras.
Me qued? sentada en la cama, esperando que Isabel se vistiera y
volviera a salir.
*************Fin de la decimonovena parte*************
*************Vig?sima parte*************
El tiempo que pas? esper?ndola sirvi? para que mi mente diera muchas,
muchas vueltas. Pensaba en m?, pero tambi?n en Isabel, en la pobre
Isabel. Y en mis amigas, Dalia y Natalia. ?Ser?an ellas conscientes
tambi?n del oscuro peligro que las acechaba? ?Hasta d?nde iban a llegar
con nosotras?
Mir? mis manos, peque?as, con sus u?as perfectamente blancas. Tan
diferentes a cuando pertenec?an a un hombre. Mi reducida estatura. Mi
abundante pelo, ahora rizado y negro. Mi edad. Incluso toqu? mi
diminuto pene. Puse mi mano sobre una de mis peque?as tetas y apenas
tuve que hacer hueco para que encajara, pero hab?a ah? claramente un
pez?n y ar?ola marr?n y muy abultada. Femenino sin duda. Costaba
aceptar que fuera realmente mi antiguo cuerpo. Y eso sin hablar de lo
que fuera que hab?an hecho con mi cabeza. Nunca estaba claro qu? era mi
elecci?n y cual era implantada. En esas condiciones, si me pon?a a
pensar en ello, era f?cil acabar loca.
"Loca". Qu? f?cil hab?a aceptado mi cambio de sexo. Pero... ?era
realmente una mujer? ?Cu?l es la aut?ntica esencia de la feminidad?
?Basta con considerarme mujer? ?Eran suficientes las redondeces que me
hab?an dado en sustituci?n de mis ?ngulos de hombre? ?Era la genitalia
lo que me defin?a? No ten?a respuestas. Ninguna. Sentada sobre la cama,
casi desesperada, acab? llorando, con la cabeza entre las manos. Tan
ensimismada estaba que no repar? en que Isabel hab?a salido del ba?o,
silenciosa e impecable, hasta que se sent? a mi lado y me acun? en su
regazo una vez m?s.
No dijo nada. S?lo me acarici? el pelo mientras el tiempo pasaba. Ol?a
maravillosamente, como siempre. Mi cabeza estaba entre sus grandes
pechos, de nuevo cubiertos pr su blusa y sujetador. Nada en ellas
mostraba su terrible realidad de mu?eca casi inhumana, tanto en su
perfecci?n como en su falta de detalles. Eran blandos y acogedores como
cualquier seno aut?ntico. Cuando las l?grimas amainaron mir? su rostro.
Estaba impoluto. Ni una se?al de todo lo que hab?a pasado. Su
maquillaje estaba tan perfectamente aplicado que, de no haber visto con
mis propios ojos c?mo se corr?a su rimmel hac?a unos d?as, hubiera
pensado que tambi?n lo ten?a tatuado, como una Barbie.
-?C?mo me pudiste decir que eras feliz? -le pregunt?, finalmente.
Estuvo callada largo rato antes de responder. En ning?n momento solt?
mi carita ni dej? de acariciarme el pelo. El aro que colgaba de mi
oreja derecha se me estaba clavando en la piel, de tanto tiempo como
llevaba mi cabeza entre sus tetas.
-Porque lo soy, Laura. La felicidad es un estado mental. Se basa
principalmente en las cosas que deseas tener y que no tienes. Y yo lo
tengo casi todo.
-Pero... tu cuerpo... tus sensaciones...
Se encogi? de hombros antes de contestarme.
-No se puede tener todo en la vida...
-Est? claro que no es algo que tu guste. Si no, no hubieras hablado ah?
dentro -dije, se?alando el ba?o- como lo has hecho.
-Laurita... Eres t? la que est? en un estado an?mico doloroso. S?lo te
quer?a ense?ar que la perfecci?n no existe. A cambio de unas cosas
perdemos otras.
-Pero no somos nosotras las que decidimos -le puntualic?.
-Seguro que tampoco elegiste nacer donde lo hiciste, ni ser como eras.
Ni siquiera tu nombre. Y sin embargo, te gustaba.
Asent? con la cabeza. Isabel continu?:
-Pues aqu? pasa exactamente lo mismo. Es tu nuevo nacimiento.
-?Pero Isabel! -exclam?, separ?ndome de ella y mirando sus ojos tan
azules- ?Las cosas que hacen aqu? no son naturales! ?Nadie nace sin
sensibilidad en la piel! ?Con un pene atrofiado en un cuerpo de mujer!
?Con los pies bloqueados en un ?ngulo que me har? llevar tacones altos
toda mi vida!
-Laura -me respondi?, cogi?ndome de los hombros y agit?ndome levemente,
lo que causaba que mis aros rebotaran en mis mejillas- No machaques tu
mente con cosas que pueden o podr?an ser de otra manera. He visto a
chicas destruirse lentamente, y no quiero que te pase lo mismo.
Aprovecha todo lo que tienes y olv?date de lo que te han quitado.
Desvi? la vista de sus iris hipn?ticos y me qued? mirando a la puerta,
aunque en realidad traspasaba mucho m?s all?. Plante? la duda que tanto
me estaba asustando.
-?Y qu? m?s est? previsto que me hagan?
Isabel volvi? a reir. Poco rato. Pronto lo redujo a su preciosa sonrisa
llena de dientes blancos. Cogi? mi antebrazo con cari?o. Con un cari?o
y una suavidad que no esperaba en quien carec?a en su piel de m?s
sensibilidad que saber cuando estaba tocando algo. Que no sab?a lo que
un roce puede hacer. Que no pod?a apreciar un masaje sensual en la
espalda...
-Puedes estar tranquila, Laura -levant? las cejas, en un gesto que
Natalia no podr?a hacer jam?s-. T? ya est?s completa.
-Eso quiere decir...
-S? -me interrumpi?-. No volver?n a llevarte al s?tano. Tal cual est?s
hoy, as? saldr?s de aqu? cuando acabes tu formaci?n.
Estaba a punto de empezar a dar saltos de alegr?a pero...
-?Y Dalia? ?Y Natalia?
-Ellas tambi?n est?n completas. No te preocupes por eso.
De repente, todo parec?a maravilloso. No me importaban los aros que me
dar?an un aspecto ciertamente vulgar si no me esforzaba en lo
contrario, ni mi culo desproporcionado... En ese momento, ni siquiera
mi anorgasmia me importaba. El final de la incertidumbre consigui? que
me terminara de aceptar. Ese fue el momento en que dej? de luchar
contra todo lo que me hab?a pasado. Que dej? de ver mi cuerpo como el
de una extra?a. Todo tan s?lo por tener un par de agujeros en las
orejas.
Y ni siquiera pensaba en mi anterior vida como hombre. Yo era,
definitivamente y para siempre, una mujer. ?En qu? poco rato hab?a
dejado de darle vueltas a cosa terribles!
Ese d?a estuve tuve toda la ma?ana libre. Me dejaron escoger bajar a
comer con todas o que me subieran la bandeja a mi cuarto. Yo ten?a
tantas ganas de contar a mis amigas todo lo que hab?a ocurrido, sobre
todo que su integridad f?sica estaba entera, que ni por un momento pas?
por mi cabeza quedarme aislada en una habitaci?n que cada vez me
quedaba m?s y m?s peque?a.
No encontr? a Dalia. No estaba en el comedor y no baj? en todo el rato.
Pero al menos pude hablar con la dulce Natalia. Estaba sentada,
comiendo lentamente un plato de espinacas hervidas. Su rostro, tan
hermoso como inexpresivo me encantaba. Pod?a pasarme horas apreciando
su falta total de impurezas. Ni una marca de expresi?n. Ni una se?al
de... nada.
-?Hola! -la salud?, sin apenas poder contener mi excitaci?n.
Le cont? lo que me hab?a pasado. A ella, desde un principio, no le
parec?a tan terrible lo que hab?an hecho con mis pobres orejitas. Al
contrario de lo que esperaba, cuando le expliqu? que no nos iban a
modificar m?s, me pareci? ver una sombra de preocupaci?n en sus mirada.
Difusa, porque nada por encima de sus ojos se mov?a ni siquiera un
?pice.
No dijo nada y sigui? comiendo.
M?s tarde, paseando por el jard?n del ?tico me sent? con confianza para
preguntarle directamente. Natalia estaba a?n empezando sus clases con
Mercedes, y sus posturas y gestos eran m?s relajados que los m?os.
Adem?s, sus tacones eran apenas la mitad de los que yo estaba obligada
a llevar. Ella esquiv? la respuesta.
Observ? su cuerpo. Su preciosa melena rubia y lisa que tanta envidia me
daba, sus grandes pechos tan ca?dos que apenas destacaban entre la
amplia ropa de hospital. Y una marca alrededor de la cadera... Entonces
record? su cintur?n de castidad. Intent? hacer memoria. ?Ten?a alg?n
cierre la noche que la encontr?? ?Es posible que...? ?Oh, Dios!
*************Fin de la vig?sima parte*************
*************Vig?simoprimera parte*************
Cre?a saber la raz?n por la que Natalia se hab?a entristecido tanto al
saber que no iba a sufrir m?s modificaciones. Pod?a estar equivocada,
naturalmente. Quiz? a?n ten?a la esperanza de que la volvieran a
convertir en su "yo" masculino, aunque ella sab?a, igual que yo, que
las modificaciones eran permanentes e irreversibles.
Para confirmar mis sospechas ten?a que hablar de algo que las tres
hab?amos esquivado hasta entonces: de nuestra sexualidad. Ser?a m?s
preciso decir "de nuestros genitales". Tendr?a que empezar por m?, ya
que bajo ning?n concepto estaba dispuesta a contarl